sábado, 14 de febrero de 2009

Un profesor de griego en un cementerio de París.

El pasado verano mi higiene mental exigía un cambio radical de aires y no se me ocurre que pueda haber mejor destino para curar cansancios y otros chaparrones que París, una ciudad para perderse, para encontrarse, para disfrutar del maná de unos compañeros imprescindibles y de la presencia de mi dilecta hermana (entonces en París, ahora en Rénnes).

No se preocupe nadie que no es mi intención aburrir con un relato amplio de mi periplo parisino. Me limitaré a una sola de mis visitas, el famosísimo cementerio "Père Lachaise", el cementerio de los famosos, para entendernos. ¿Y qué se le pierde a un profesor de griego en un cementerio (por cierto, una palabra que podría haber sido tan agradable -"lugar para descansar" de "koimáo", "dormir" y "terios", "lugar"- y la hemos echado a perder con el "cemento"; un caso típico de corrupción urbanística)? Pues bien, será deformación profesional pero, lo crean o no, lo cierto es que las arreglé para pasarme la tarde dándole vueltas al griego, incluso en un cementerio parisino y en plenas vacaciones de agosto. Hay quien no tiene remedio.

La primera tumba que visité, no podía ser de otra manera, fue la de mi adorado Jim Morrison -uno es joven y tiene más alma rockera de lo que podría parecer a primera vista-. Allí me encontré con una turba de Morrisons redivivos, dispuestos a darle un buen codazo en los dientes a todo aquel que amenazase con estropearle la foto. Pero esa es otra historia: lo que ahora me interesa recordar es que pude comprobar in situ algo que sabía de oídas (desde mi etapa de estudiante de griego en el instituto) y es que el "rey lagarto" eligió para escribir su epitafio nada más y nada menos que...¡el griego! ¿Qué les parece? En la tumba del líder de The Doors se puede leer: "katà ton daimona heautou". Apuesto a que es detalle que en una clase de la ESO podría tener su éxito. Pruebe quien pueda, si lo desea.


El siguiente hito macabro (o romántico, cada cual que escoja epíteto según su talante) fue la -hermosísima- tumba de Oscar Wilde, un espíritu romántico, un luchador contra prejuicios e hipocresías y el autor de Salomé, de De profundis y, por supuesto, de El retrato de Dorian Gray, una novela inolvidable y no sólo por la estética clásica que la recorre, aunque también. Y no es casual que así sea puesto que Oscar Wilde fue apasionado estudioso de lo griego, campo en el que obtuvo no pocos éxitos (medalla de oro en Berkeley por un ensayo sobre los poetas griegos, máxima nota en Clásicas...) aunque al final vio frustrada su pretensión de formar parte de su college.






La tercera parada fue una concesión a quien me acompañaba, mi hermana, estudiante de filología francesa: como tal, era justo no negarle la posibilidad de saludar a su admirada Edith Piaf. De camino se me ocurrió bromear diciendo que también a Edith Piaf podía buscársele su vínculo helénico puesto que había estado casada con un griego. Era una broma: en mi vida había oído tal cosa. Y al llegar al lugar me encuentro con que al lado de Edith reposa alguien llamado ...¡Theophanis Lamboukas! No lo podía creer. ¡Con ese nombre tenía que ser griego! En efecto, Theophanis Lamboukas había sido el último marido de la cantante y, en efecto, era...¡griego!





Nota bene.- Quien prefiera creer que esto último pertenece al terreno de la imaginación y la ficción literaria está en su derecho pero les aseguro que lo cuento tal cual lo viví. Sucede que en ocasiones la vida se nos revela deliciosamente irracional...

2 comentarios:

Ana Ovando dijo...

Muy interesante, me apunto lo de Jim Morrison, no lo sabía y me parece que voy a usarlo también en clase. ¿No tendrás alguna imagen de ese epitafio donde se pueda leer la inscripción? Sería genial que la compartieras en flickr.

lochy dijo...

efectivamente soy testigo presencial de esa tarde, cuando llegué a la tuba de Edith Piaf no podía creermelo. Hermanito...eres un as!!!!